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Recuento mítico y cuadrosinóptico de los dos primeros recitales de las poetas

Yolanda Blanco

 
Gioconda Belli.
14 de septiembre, 2003

La idea sale de la cumiche del grupo, la autora de este recuento. Se orquesta en la oficina de la Editorial Universitaria, donde Ernesto Gutiérrez es director. Asisten Napoleón Fuentes, de la redacción de Cuadernos Universitarios, y Fanor Téllez, instructor de Historia de la Cultura.

Se diseña un afiche. Un cuadro de Mondrian: Los nombres de cada una de las poetas enmarcados en cuadrados y rectángulos de colores primarios.

Nada de guetos. Una es la poesía. En espíritu unidas, en espíritu y ansias y deudas. Deudas con nosotras mismas y las hermanas y las madres y las abuelas. Deudas con la sonoridad viva: habiendo nacido mujeres, buscábamos hacernos mujeres. Las invitadas: Ligia Guillén, Ana Ilce Gómez, Vidaluz Meneses, Gioconda Belli, Rosario Murillo, Karla Rodríguez y la que escribe este recuento.

Todas llegan, menos Rosario.

Mich?le Najlis vive por ese tiempo en Costa Rica. El nombre de Daisy Zamora todavía no se habla. Aunque Daisy ya ha escrito en La Prensa Literaria, es en 1977 que da el salto y se lleva el “Mariano Fiallos”.

De Managua se apresuran Juan Aburto, Octavio Robleto, Carlos Rigby, Carlos Perezalonso, Jorge Eduardo Arellano. De León, en mangas de camisa o de saco, aparecen Alejandro Bravo, Fernando Antonio Silva, Ramiro Argüello, Mariana Sansón, Edgardo Buitrago, Rosario Aguilar, Jorge Eduardo Argüello.

Llega el Rector, Carlos Tünnermann; el Secretario, Alejandro Serrano Caldera. Llegan las futuras pintoras, ya desde entonces culturasedientas, detodopendientes, Rosa Carlota Tünnermann, Giovanna Serrano y María Lourdes Centeno.

Llega un montón de estudiantes. Mariana, con una flor y la estampa de un beso, pasa la estafeta.

Entonces, un día de septiembre de 1974, en el Paraninfo de la UNAN, en León, rebotando contra los arcos moriscos y las altas sillas de madera oscura, resuena la tristeza que ya conocía a Ligia; las advertencias a los jóvenes burócratas, de Vidaluz; las alegorías sobre la humana natura, de Karla; la Ana Ilce poseyendo a pleno sol la sombra; la Gioconda tratando de cargar montoncitos de agua sin derramarlos; mis conminaciones a la lluvia y mis coloquios con los árboles.

Aplausos.

Brillan por su ausencia las reseñas en la prensa, tan sólo la de Ángela Saballos (a los pocos días del recital, en su columna recientemente inaugurada, desatado el huracán Fifí ?-el primero en azotar Nicaragua por esos tiempos?- la columnista compara el aguacero del huracán, con el chaparrón de poesía de las poetas).

En diciembre de ese mismo año, en el primer número de “Culturama”, el suplemento de La Nación, Luis Rocha escribe: “No sólo creo, ya lo he dicho en otras ocasiones, que en ningún momento de nuestra historia literaria se ha dado tal irrupción cualitativa y cuantitativa, sino que incluso actualmente la poesía de estas jóvenes mujeres-poetas supera en mucho a la de los jóvenes poetas-varones y sólo tiene paralelo con el también insólito y enriquecedor surgimiento de la variadísima y extraordinaria pintura nicaragüense del momento: la poesía en manos de las mujeres y la actual pintura en manos de pintores ?-mujeres y varones-? son los dos mayores fenómenos culturales después del terremoto”.

En 1975, el otro recital, también en el brioso corazón de la UNAN de León. Las mismas invitadas. El mismo aire. El Rector, esta vez Mariano Fiallos Oyanguren, entrega a las poetas Poesía escogida de mujeres nicaragüenses, antología editada por Editorial Universitaria. Ernesto Gutiérrez, el director-instigador; selección y notas -?frescas, fervorosas, limpias-? de Fanor Téllez.

No hay reseñas. No hacen falta. Clavados en la frente de los lectores de poesía de Nicaragua, hay siete nombres que se dicen de un solo golpe, siete nombres que se respetan.

En 1979, desde su Open to the Sun, antología bilingüe de poetas latinoamericanas, la profesora estadounidense Nora Jacquez Wieser destaca a nivel continental el singular caso del “grupo nicaragüense”. Traduzco: “En Nicaragua hay un notable grupo de poetas mujeres, en su mayoría jóvenes. Hoy por hoy estas poetas están escribiendo la poesía nueva de más calidad de su país y podrían contarse entre los mejores poetas jóvenes de América Latina”.

El tiempo iba a pasar y dar peso a las obras de esas poetas. Pero ya, por sus uñas, se entreveía el tamaño que habrían de alcanzar sus huellas.

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